viernes, 23 de marzo de 2012

El ridículo

Hace unos meses que he empezado, otra vez, clases de teatro. En la última clase, el profesor nos propuso un ejercicio para perder la vergüenza, consistía en salir delante de tus compañeros  y hacer algo con lo que sintieras ridícula. Fui la primera en participar, sin pensarlo dos veces me puse a cantar, la primera canción fue de Marisol "Estando contigo", la segunda fue "La bella Lola", una habanera que de pequeña me enseño mi padre y cantaba en todas la bodas, bautizos y comuniones. Al terminar de cantar, me di cuenta que no me había sentido  ridícula durante el ejerció, cuando oía mis gallos me daba la risa, entre otras cosas porque se de sobras que canto fatal, aun así me paso el día cantando y torturando a los que me rodean. Y pese que ha diario recibo suplicas de mis compañeros de trabajo para que me calle la boca, paso de ellas olimpicamente porque a mi me gusta cantar. Con lo cual ese ejercicio que debía ayudarme a superar la vergüenza, solo ayudo a mis compañeros a superar la ajena.
El caso es que cuando llegue a casa empecé a pensar a que cosas tengo realmente miedo a hacer el ridículo. Llegué a la conclusión que no me importa que los demás se rían de las cosas que hago o digo si se ríen conmigo.
Me ha costado muchísimos años aprender a reírme de mi, mi inocencia, mis despistes y mis torpezas. El viernes sin ir mas lejos fui al dentista, como siempre llegaba tarde, subiendo la trama final de las escaleras preste toda mi atención en ver si estaba la auxiliar en la sala de espera, pues eso me costo una santa ostia contra dos escalones, eso paso por no mirar por donde ando, no es la primera vez que me pasa pero tampoco aprendo. Dignamente me incorpore, mientas mi cabeza procesaba que no me había roto las piernas, aun podía andar, lo que si quedaría es un moretón en la rodilla derecha y otro en la espinilla izquierda. Una vez ya la sala, comprobe que la auxiliar no estaba pero si había más gente, ante la que ni me importo lo que pensaran. Con lo que me dolía a mi la rodilla estaba yo para pensar en los demás. Nada, al momento llego la auxiliar a buscarme, se lo conté todo, terminamos las dos a carcajada limpia, no podía hacer otra cosa más que reírme de mi y las cosas que me pasan.
Mis padres para consolarme cuando era pequeña ante situaciones así, me decían una frase que en parte marcaría mi forma de ser de hoy "Sonia, medio mundo se ríe del otro medio mundo, elige en que lado quieres estar". Cosa que si lo piensas tiene su guasa porque nací el veintiocho de diciembre, día de los santos inocentes, creo que ellos eligieron por mi, aun así intento ser de las que se ríen y para reírte del prójimo (siempre desde el buen rollo), una ha de empezar por una misma.
El vienes pasado fue apoteósico... mi caída no fue lo primera peculiaridad que me sucedió ese día, pero tampoco fue la última, lo termine a lo grande tirando una cerveza entera a una desconocida, tras varias sugerencias o suplicas según se mire de que pusiera mi copa algo más alejada del borde de la mesa, esa imprudencia que no era producto de nada, no estaba borracha, solo me costo tres cervezas, la que tire, la me volví a pedir y a la que tuve que invitar a la pobre desconocida para que me perdonara. Estas cosas me suelen pasar.
Cuando a ojos de los demás no conoces la vergüenza, es muy difícil decir la verdad y contar a alguien cual son esas cosas a las que tienes miedo a hacer el ridículo.
Solo me avergüenza hacer el ridículo ante las personas que me importan, ese miedo me impide gestionar emociones y sentimientos, el fallarles, decepcionarles o no estar a la altura, haciendo a su vez que me sienta incluso más ridícula. Pero existe para mi, un ridículo peor. El peor de los ridículos aquel en el que me siento más pequeña e insignificante, es cuando confías en alguien, le das lo que eres, lo que tienes, lo que sientes y ese alguien no te corresponde. Entonces no me importa lo que piensen los demás, incluso no me importa lo que piensa mi gente, solo me importa lo que pienso de mi misma, la pena que siento por mi y por mi vulnerabilidad. Entonces es el dilema de siempre, para no hacer el ridículo nunca más ¿Has de dejar de confiar?
He llegado a la conclusión que una decepción para mi, es un fracaso, entonces a lo que tengo miedo es a fracasar y lo que esa sensación me produce. Antes ya he contado que mis padres me enseñaron a reírme de mi misma, así soy ahora, no puedo pasarme el día lamentandote de los moretones de las piernas, porque me van a seguir doliendo lo mismo, eso si cada vez que los veo me río de ellos, tampoco voy a dejar de subir escaleras por ellos. Mis moretones son ejemplo, las escaleras también. Una vez has pasado el ridículo, te levantas dignamente y cuando tengas la oportunidad cuentale la ostia a alguien, si puedes empieza ya riéndote, los fracasos así son menos fracasos, con la risa duele menos y con el tiempo el morado desaparece. A mi me funciona y ser así a mi me hace feliz.

viernes, 2 de marzo de 2012

Experiencias

Cuando tienes quince años te sientes mayor, tus padres te ponen límites y se empeñan en decirte que tienes tiempo para todo. En ese momento no les crees, entras en esa irracional rebeldía y piensas que narices sabrán ellos que ya son viejos; realmente no asumes que tenían razón hasta que no te acercas a la treintena. Entonces sientes algo parecido a la pena, aunque la palabra exacta tampoco es esa. Es un sentimiento extraño, en el que ves que el tiempo que has perdido y piensas como aprovechar realmente el que ahora tienes. Claro que hablo de mi experiencia personal, para nada extrapolable a todo el mundo, pero de una manera u otra creo que muchas personas coincidimos.
Lejos de lamentarme y recrearme en el pasado, siempre intento pensar que todas aquellas experiencias erróneas o acertadas, son precisamente eso, experiencias. Y solo cuando has acumulado muchas puedes perdonarte los errores y sentirte orgullosa de los aciertos.
No me arrepiento de haberme casado con veinticinco años, aunque si tuviera una hija no es lo que quisiera para ella. Podría haberme salido bien el matrimonio y seguiría pensando que a las treintañeras solteras se les pasa el arroz. Si a los veintiséis años cualquiera me preguntaba, yo era feliz con mi vida de resignada, observacion que ahora hago desde la distancia y con la sabiduría que me han dado mis pequeñas experiencias.
Ayer me sentí poderosa, me sentí sabia mientras consentía que una persona muy joven sintiera compasión por mi, cosa difícil de creer para todo aquel que me conozca. Solo porque no soy madre y tengo treinta y dos años. No me enfade, no respondí, solo pensé lo atrás que me quedaba ese razonamiento, como explicas a alguien que ha hipotecado su bienestar por amor los próximo dieciocho años, la belleza de un atardecer sobre el mar Egeo, el olor que tiene la Havana o lo impresionante que resulta ver ballenas en libertad en el océano pacifico. No puedes y la verdad es que ni quiero intentarlo. Mi camino me ha conducido al punto en el que estoy, en el que no tengo prisa pero si objetivos que no distan del resto de los humanos pero antes de alcanzarlos, he decicido disfrutar el camino.
Es curioso como el tiempo te da entre otras virtudes la de verte a ti misma como otra persona. Siempre me he sentido orgullosa de ser como soy, siempre, siempre la verdad puede que no, pero sí la mayor parte del tiempo. Sin embargo, me siento totalmente distinta hoy que hace cinco años y ya no te cuento si me remonto ha hace diez.
Entonces me sorprendo cuando me encuentro con alguien de mi pasado que me recuerda algo que hice, dije o pensé como si hoy en día aun fuese así.
Soy la única que cree que ha evolucionado. Supongo que todo va en función de las experiencias que vayas acumulando en el camino. Pensar que alguien va a terminar mal solo porque en el colegio hiciera el payaso, lo hemos hecho todos, con los años ese payaso es un licenciado que tiene trabajo y de lo suyo. Simplemente porque un día aprendió de sus errores y acertó en sus decisiones.
Hubo una época en que yo iba al colegio solo a calentar la silla, sé que  mucha gente aun me recuerda así. A día de hoy, no soy licenciada, sigo siendo algo payasa pero puedo perdonarme haberme perdido en el tiempo porque sé, que lo que no hice en su día fue porque no me dio la gana y decidí dedicar mi tiempo a otras cosas que en ese momento a mi me parecían importantes.
No todo el mundo tiene la capacidad de aprender de lo vivido, sobretodo si no asume la responsabilidad de sus actos, pensar que la culpa es de otros, victimizarse e incluso lapidarse en exceso es negativo.
Mirarte desde fuera, se objetiva contigo, observa tus actos, visualiza los resultados, premiarte un poco y fustigr te lo justo pero aprende porque si las cosas pasan siempre hay un porque.